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16 JUN
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La adolescencia es el momento en el que mayor importancia se le da a los amigos. Es en esta época de cambios y crecimiento cuando se hace una unión más fuerte e imprescindible con el grupo de amigos y cuando más tiempo se pasa con ellos.

En otras épocas de la vida los amigos son también claves, pero es en la adolescencia cuando más se busca pertenecer a un grupo, tener su aprobación y participar de los mismos rituales y costumbres.

Eso significa a su vez que el hijo pasa cada vez más tiempo fuera de casa y se comienza a discutir sobre los límites y las normas de lo que se hace fuera de casa. Puede ser especialmente difícil en el caso de que los amigos tengan más libertad o las normas de sus padres sean más laxas.

Puede darse a su vez el caso de que los padres no estén muy contentos con las amistades escogidas por su hijo. La primera reacción que puede tener un adolescente es de rechazo, ya que la pertenencia al grupo para él es crucial y siente que sus padres están atacando su círculo social.

Por ello es importante que los padres estudien muy bien y cuiden al milímetro las palabras al intentar tratar este tema. Lo primero que hay que hacer es racionalizar, sin el hijo delante, qué es lo que no nos gusta de los amigos.

Es posible que sea fruto de nuestra imaginación (‘yo creo que beben, se drogan, van en moto, se saltan las clases’) pero que no tengamos certezas y pruebas que nos hagan tener sospechas más firmes.

Si los temores que tenemos son ciertos e incluso nuestro hijo nos ha confirmado los hábitos un tanto perjudiciales de sus amigos, debemos hablar de ello en un clima de sinceridad, transparencia y confianza.

Los hijos deben comprender que los padres necesitan saber qué hacen en su tiempo libre, con quién lo comparten y cuáles son sus rutinas. No es control, es tranquilidad. Eso por una parte.

Y los padres también tienen que hacer un esfuerzo por asimilar que en ocasiones sus hijos se ven envueltos por la actividad o la personalidad de otros chicos y que ellos no son responsables de la misma.

Pueden dejarse llevar o no, participar o no, pero ellos no pueden obligar a otros amigos a que no fumen o a que no beban. Están en su derecho, son ellos los que deciden si quieren seguir ese patrón o no seguirlo.

Siempre es beneficioso que los hijos traigan a sus amigos a casa y que den la oportunidad a sus padres de conocerles. Los adolescentes se sienten avergonzados con mucha facilidad, por lo que hay que extremar las precauciones e intentar hacerles sentir cómodos.

En el caso de que los padres tengan la certeza de que las compañías que frecuenta su hijo son perjudiciales, hay que ser muy sutil e intentar poner sobre la mesa qué es negativo, las razones objetivas y los momentos que se han observado en la que el propio hijo puede verse afectado.

Los adolescentes deben reflexionar sobre lo que una verdadera amistad es y cómo un amigo sincero y cercano nunca haría algo por perjudicar o por maltratar a otro amigo.

Lo más importante es provocar que sea el hijo el que reflexione y llegue a conclusiones válidas. Si simplemente le decimos ‘tu amigo no me gusta’, es probable que él conteste que tampoco le gustan nuestros amigos.

Si queremos que se comporten como adultos, hay que tratarles como adultos. Ponerles ejemplos y contarles cosas de nuestra propia experiencia les ayudará a que reflexionen y tomen las mejores decisiones posibles.

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