
Un niño que llora, grita o tira cosas al suelo no es necesariamente un niño malo. Es un bebé que está explorando su cuerpo, su fuerza, sus reacciones, su independencia y sus límites. Es tarea de los padres fijar unos límites y ayudarle a comportarse de forma correcta.
Es a partir de los seis meses cuando un bebé comienza a trabajar su independencia. Llora sin motivo, chilla, juega con la comida y observa a sus padres o a los adultos que le rodean, examinando sus reacciones.
Ante estas situaciones, muchos padres se bloquean, no saben qué hacer o reaccionan de forma desmesurada. Deben entender que además de mimos, amor, caricias y besos, los niños deben recibir riñas, límites, orden y tranquilidad.
Según las reacciones de sus padres, los niños van asentando comportamientos y fijando los límites, aunque en ocasiones sigan desafiándolos. Durante los treinta y seis primeros meses de vida se establecerán patrones de conducta que le influirán de por vida.
Su desarrollo social dependerá de lo que haya experimentado en este periodo y de cómo haya sido el comportamiento de sus padres durante esta etapa. Conforme los pequeños crecen, más enseñanzas y límites necesitan. Es una forma más de mostrarles amor, ya que un niño que sabe lo que debe hacer, se siente cuidado y tutorizado.
El pequeño se asoma a un mundo muy grande y necesita que alguien le ayude, le indique cuáles son las barreras que no puede traspasar, ofreciéndole seguridad y tranquilidad dentro de sus límites.
No se trata de ir cortando su comportamiento, sino de marcar qué se puede y qué no se puede hacer, además de dejar que comiencen a ser independientes poco a poco, buscando generar autosuficiencia, capacidad de resolver problemas, establecer sus propios límites, elegir a sus amigos…
Eso sí, entre un modelo libre y uno autoritario hay muchos matices de gris. No se trata ni de que el niño crezca esclavizado y atado, sin independencia o autonomía, ni de que se le deje hacer lo que le venga en gana.
Este tipo de modelo genera problemas sobre todo cuando comienza su escolarización, momento en el que se relaciona con otros niños y con adultos a los que no conoce pero que tiene que aprender a escuchar y respetar.
No solo en la infancia un niño necesita un adulto que le limite. Durante todo su desarrollo es importante que el niño tenga un modelo de conducta que le sirva de reflejo y de orientación y que le permita experimentar y crear su propia personalidad.
Una familia desestructurada suele tener más problemas para ofrecer al niño ese modelo de conducta y esos límites tan importantes en su desarrollo. Un niño al que se le permite hacer lo que quiera, comprar lo que desea, al que se le ayuda en exceso en el colegio (se le hacen los deberes), al que se defiende al 100% frente a las demandas de la escuela… Ese niño de adulto no sabrá luchar por lo que quiere, no tendrá habilidad para trabajar la frustración y no conocerá la importancia del esfuerzo y la constancia para conseguir algo.
Sin una experiencia familiar en la que se asientan las bases del comportamiento, con sus límites, sus discusiones, sus conflictos y sus demandas, ese niño crecerá sin criterio, sin firmeza, sin seguridad.
Al contrario, unos padres firmes en una decisión que no cambia pese a los lloros y a los ruegos crearán situaciones de debate, a criticar y ayudan a los niños a tener conciencia propia. Esto ayuda a que los niños tengan un pensamiento más independiente y a que aprecien la seguridad y solidez de las opiniones de sus padres a la larga.