
Cuando un bebé llega a la familia, los padres lo disfrutan enormemente durante sus primeros meses de vida. Es todo amor y disfrute, mirarlo, verle dormir, hacerle muecas y abrazarle hasta que se duerme.
Pero poco a poco ese bebé que solo dormía y se reía comienza a pedir cosas, a negarse a hacer otras y a ser rebelde para comer o dormir. Llega el momento de poner normas, establecer límites y comenzar a educar. Entonces todo se vuelve más difícil, porque se sienten inseguros, sin saber qué hacer y qué no, por lo tanto desafían, se enfadan y tienen pataletas.
Enseñar lo que está bien y lo que está mal es una tarea muy complicada y no hay que esperar a que tenga diez años para hacerlo. Debe comenzar desde casi su nacimiento, para ir moldeando su comportamiento de forma pacífica y agradable.
Al principio, durante sus primeros años de vida, necesitan normas, pero no van a comprenderlas. Por mucho tiempo que un padre invierta en intentar explicar que tirar cosas al suelo está mal porque se rompen y se ensucian y no hay que maltratar los juguetes, el niño no lo comprende.
Solo entiende que algo está mal si hay un castigo o una reprimenda. Por ello, las normas deben ser pocas y sencillas, sin más explicaciones. Los padres deben esforzarse por impartir el orden con amor y firmeza, sin ceder y comprendiendo que un niño no es capaz de controlarse. Para ello el niño tiene padres que deben dirigirle, hasta que tenga edad suficiente como para controlarse solo.
Un niño que crece sin normas será un niño conflictivo en el colegio. Desde pequeño debe ir interiorizando poco a poco que hay acciones que tienen consecuencias y que no podemos actuar como nos apetezca en cada momento. Más tarde llegará el momento de empatizar y responsabilizarse, pero en sus primeros años de vida debe tener límites para actuar de forma correcta.
Los educadores insisten en la paciencia que hay que tener con un niño. Se le debe hablar sin gritar, a su altura, con tono suave y tranquilo. Es mejor arrodillarse y buscar que te mire a los ojos de forma directa.
Esto sirve tanto para felicitarle por algo que ha hecho bien, siendo muy expresivo y cariñoso como para decirle que algo está mal, con gesto preocupado y enfadado y un tono serio.
No hace falta repetirle quince veces ni una orden ni una riña. Debe bastar una vez, como mucho dos, con frases cortas y recordando que no comprenden los juicios. Un ‘esto no está bien, no lo hagas’ o un ‘esto no se hace’. Sin más.
Una vez se ha hecho, hay que dejar de prestarles atención, saliendo del cuarto, dejando de mirarles y de hablarles. Una vez hayan dejado de hacer lo que estaba mal, podemos volver a hablarles ‘gracias por dejar de gritar, ahora te escucho’ o ‘ahora lo has hecho bien, dime qué quieres’.
En ningún caso hay que definirle a partir de sus acciones. Nunca hay que decir ‘eres sucio’, sino ‘has ensuciado todo’. Nunca ‘eres torpe’, sino ‘has actuado con torpeza’. Nunca ‘eres malo’, sino ‘has actuado mal’.
Además, las normas es mejor que sean en positivo. Por ejemplo, ‘cuando termino de comer llevo mi plato a la cocina’ es preferible a ‘prohibido dejar el plato en la mesa’. En vez de decir lo que no hay que hacer, expresamos y pedimos con una frase sencilla qué esperamos del niño.
Hay que tener en cuenta que el niño no va a conseguir hacer todo de diez a la primera. Hay que reforzar y recordar las normas y poco a poco, conseguir que las vaya cumpliendo. Si no le damos tiempo de aprendizaje y le castigamos el mismo día de no cumplir la norma, le estamos dejando sin espacio de maniobra.
Huelga decir que nunca en ningún caso hay que cambiar de rumbo. Si una de las normas es vestirse tras la ducha en el baño, no podemos dejar que un día salga mojado por la casa sin corregirle. Si le dejamos hacer algo que hemos reprimido otras veces, le confundiremos.
En ocasiones hemos hablado sobre la importancia de fomentar la autoestima de los niños y cómo eso refuerza a su vez un comportamiento positivo. Si hace algo bien, hay que celebrarlo y mucho, para que vea que estamos orgullosos y repita esa acción. Esto vale para cosas tan sencillas como hacer la cama solo, ir al baño solo o recoger su plato.
Si el niño percibe que solo se le dice algo cuando hace cosas mal, comprenderá que esa es la manera de captar la atención de los padres. Por ello, es importante darle más espacio a lo positivo.
Una parte importante de fomentar esa autoestima pasa por hacerle crecer con seguridad. En ningún caso debemos usar fórmulas como ‘si te portas mal te dejo de querer’ o ‘papi ya no te quiere porque has hecho cosas mal’.
Tras esta lectura seguro que ha quedado claro que una parte fundamental de poner límites pasa por el control del adulto de sus emociones. No dejarse llevar por la ansiedad, la hartura y la frustración es muy importante. El niño no debe percibir el nerviosismo ni la rabia en ningún caso.
El padre debe aprender a relajarse, a mantener un tono tranquilo, a controlarse y a transmitir seguridad y paz al niño. Solo de esta manera aprenderán a educar al niño.